miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sonrríe, que estás más guapa.- Le dijeron...

Como siempre, escribo una vez cada muuuucho tiempo.
Hoy no toca largar sobre mí, no toca aburriros con mis preguntas existenciales ni con mis reflexiones absurdas. Hoy hay alguien que se merece más que yo un huequito en el corazón de personas como vosotros. Personas como yo. Personas como ella.

Se llama Rebeca y somos amigas desde que teníamos cinco años. Las cosas no le han ido de la misma manera que a mí, ella dejó de estudiar sin terminar la ESO porque no tenía las cosas muy claras. Ella se mueve en un ambiente diferente, más de barrio y muchos la consideran lo que ahora llamamos una "cani". Y es el ejemplo más claro, señoras y señores, de que las apariencias SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE engañan.

Se, mi vida, que las cosas en casa nunca te han ido muy bien; se que el amor no ha sido precisamente tu suerte; pero sobre todo se, y mejor que nadie (bueno, mas o menos como tu psiquíatra xD), que dentro de tí hay un mundo algo así como parecido a Narnia que siempre está en guerra. Y lo único que puede lograr que pase a la siguiente batalla es un cuaderno cuadriculado y una amiga que siempre estará a tu lado.
Nunca, Rebeca. NUNCA dejes de ser como eres, porque si no existieran las niñas como tú, rematadamente LOCAS (ya sabemos tu y yo lo que nos gusta esa palabra, su significado en Veronica decide morir que me tienes que dejar, jaja!) rematadamente románticas y lejos del alcance de la comprensión quinceañera, las niñas como yo (tres cuartos de lo mismo) estarían muertas. Si quieres escribir, escribe. Si quieres amar, ama. Y si quieres vivir, cariño, vive por favor... Puedo entenderte cuando te sientes vacía, cuando te sientes fuera de lugar y cuando te sientes gorda (yo en ese caso me siento fea xD). Porque tú y yo somos iguales pero, sin embargo, totalmente distintas. Y esa clara distinción que todo el mundo es capaz de ver y que oculta todo lo que nos parecemos, hace que tengamos esa comprensión mística y dulce.

Estoy aquí para apoyarte te sientas como te sientas. Y sobre todo en este momento que tu yayo ya no está y te sientes tan simple. Te quiero muchísimo, gracias por hacerme sentir que no soy la única que sueña.

Si actualizo esto con Rebeca, es porque creo que tenéis que leer esto que escribió (una de las mil bellezas que tiene escritas) y que hizo que me emocionara:


Cesó la lluvia... pero aún asi yo sigo sentada en las escaleras de tu portal, esperando que el cielo vuelva a mojar mi cara.
Me despojé de cualquier sentimiento que pudiese molestar a mi corazón abatido. Colgué nuestros recuerdos en el perchero de mi habitación, dejé mi risa en el cajón de la mesa del salón, envolví mi alegría con el paño de la cocina, aplasté mi locura bajo la alfombra del pasillo, tiré mi amor contra el cuadro colgado en la entrada, y me apresuré a salir de casa... mas debí dejar la puerta abierta.
Bajé las escaleras con la ira latiendo bajo mis mejillas. Salí del portal con la cabeza alta llena de orgullo fingido. Andé hasta tu calle con paso fúnebre pero decidido... Llegué a aquella esquina... aquella donde tantos besos apresurados se pararon en nuestros labios sedientos. Aminoré el pasado, el pecho me quemaba, los recuerdos me invadían. ¿Cómo es posible? Los había dejado en mi cuarto... Seguí andando. Una flor de un árbol cercano cayó a mis pies. Recordé aquella vez que hiciste un ramito de margaritas improvisado... en aquel parque. Tu mirada no dejaba de apresarme... Me reí. ¿Pero cómo? risas... ¿No las encerré en aquel cajón? las piernas me temblaban.  Pero me sobrepuse y volví a avanzar.
Una farola captó mi atención. Cuántas noches habías querido escalarla para cojerme una estrella. Cuánta alegría... alegría... ¿Era posible? tal vez se cayó el paño y escapó para venir a buscarme.
El nudo de mi estómago me dejaba respirar con dificultad.
Me ordené a mí misma moverme. A penas conseguí arrastrar los pies. Al fin su portal... aquella puerta... tantas tardes de desenfreno deseosos de nuestros cuerpos... con la pasión grabada en las retinas... empujando aquella puerta entre besos eternos y miradas llenas de locura. ¿Locura? ¿también ella me encontró? Pero si la alfombra la apresaba...
Mis manos temblaban. Me las metí al bolsillo.
Empezó a llover... y derrepente sus ojos arrepentidos se clavaron en mi rostro.
Sus labios... con una mueca de sufrimiento se abalanzaron sobre los míos. Sus fuertes brazos, anhelosos de mi cuerpo, me rodearon.
No podía moverme. No podía.
Mil perdones salieron de su boca...
La ira se perdió... el orgullo desapareció, las nubes emapapban cada vez más mi pelo, mi rostro. Mi cuerpo empezó a temblar. Él me abrazó más fuerte. No tenía frío.
Me miró. Me empecé a reír con los ojos anegados en lágrimas... Él, estupefacto, no dejaba de mirarme con el miedo escrito en sus facciones, en su precioso rostro, pidiendo clemencia con sus fuertes abrazos y besos... y entonces lo comprendió.
No había motivo para pedir perdón... Él me cojió en brazos y me atrajo hacia sí, entre risas y gotas de agua.

Mi amor, que nunca se estampó contra aquel cuadro, pues no podría desprenderse de nosotros aunque quisiera, estalló en mi pecho como nunca lo había hecho.

Al día siguiente un sol radiante impactaba sobre mi rostro, mientras me dirigía a su casa. Sí... cesó la lluvia... Pero aun así, yo sigo sentada en la escalera de tu portal, esperando que el cielo vuelva a mojar mi cara.

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